La foto es tan simple y tan de mala calidad que apenas se aprecia el motivo: un portón beige, un zócalo de azulillo, una pared encalada y un batior —así se llama en la zona— de granito. Me llegó de un familiar en un grupo de Whatsapp con un mensaje escueto: «La casa donde nací». Entre su nacimiento en esa casa hace más de 60 años y primeros de este mes, Concepción Mayoral apenas habrá visitado su pueblo en dos o tres ocasiones, lo que da idea del tremendo desarraigo que provocó la emigración en España en los años 50, 60 y 70. Si a ello le sumamos que la casa se ubica en Zarza Capilla (Badajoz), un municipio devastado en la Guerra Civil y quizá el que más lejos está de una autovía de España, pues podemos imaginar que el desapego de muchas de las familias que lo abandonaron es, a día de hoy, total. No es extraño, de hecho, este alejamiento es una tendencia creciente.
Los pueblos también están perdiendo también a sus emigrantes, y no es un contrasentido, porque cada vez retornan menos. Durante los 80 y los 90 eran legión los que volvían al pueblo. Todos teníamos primos, amigos o vecinos en Madrid, en Barcelona, en Alemania… Su retorno por la feria o en agosto constituía un soplo de aire fresco porque se daba variedad a la pandilla y porque solían traer innovaciones en forma de ropa, música o hábitos…. o al menos a los de pueblo así nos parecía, pues la mayoría vivían en barrios donde la boina era la misma o peor que la del pueblo. En las casas se tiraban los colchones en el suelo del salón, se habilitaban las cámaras y se hacía acopio de sifón, tinto Ayuso y cerveza Mahou, al gusto de los madrileños.
Como todo en la vida es una cuestión vegetativa, los primeros que se fueron a finales de los 50 son abuelos, bisabuelos o han muerto. Los que marcharon en los 60 son, como mínimo, abuelos, y los de los 70 todavía mantienen el pulso con el pueblo a duras penas. A lo sumo lo están empezando usar como geriátrico o como segunda residencia, pues ya van entrando en edad de jubilarse o están mayores. Bisnietos, nietos e hijos cada vez vienen menos porque tienen su vida en la ciudad y parejas con las que compartir vacaciones y, en muchos casos, pueblo. Así es que todo esto de los retornados, que era una buena fuente de ingresos en la mayoría de los casos paras las economías rurales, es otro déficit que empieza acusar el medio rural, que se convierte en cementerio de elefantes de los que se fueron y compraron la casa en el pueblo para retornar con la pensión.
Pero el caso de Concepción Mayoral es distinto porque los Mayoral Sánchez nunca volvieron. Pertenecientes a una de las familias acomodadas del pueblo, lo perdieron casi todo en la Guerra Civil y encadenaron varios reveses de mala suerte como el incendio que arrasó el cine que gestionaban en el municipio. Sus padres y sus seis hermanos marcharon de la Zarza, como ellos llaman al pueblo, a primeros de los 60. Ella apenas tenía siete años y su desarraigo fue fácil porque apenas existió raíz. Mas su cultura y su habla extremeña se ha mantenido de forma sorprendente, y por ello siempre he pensado que existe un lazo invisible que siempre nos mantiene atados al lugar donde nacemos. Como decía, parte de los descendientes de aquella fecunda familia se reunió en Zarza Capilla a primeros de septiembre y con más o menos recuerdos, con mayor o menor apego al pueblo, han recordado que vienen de allí, de aquel extremo perdido entre estepas y sierras pero de paisajes tan bellos como ásperos.
El encuentro de Concepción y el de su familia con su pueblo es un ejemplo de que es necesario gestionar el pasado propio de vez en cuando, aunque pueda resultar doloroso y asome algún fantasma. La España rural necesita que los hijos, nietos y bisnietos se plateen volver y hagan justicia a quienes tuvieron que romper unos lazos que siguen ahí, porque aunque ya sólo sean espectros, siempre se podrán unir en un espacio en el que se escriba: «Aquí nací yo».