Por Ángela Márquez
Grupo SPIGA, Soc. Coop. And.
Mi historia personal con el mundo rural es un reencuentro con mis recuerdos de infancia. A la casa arriba de mi abuela a la que iba a ver con la cántara de leche y la huevera de plástico para llevarlas de vuelta llenas. A patios con limoneros y vecinas en las puertas durante las noches de verano.
Tras hacer un balance sobre las posibilidades laborales que me ofrecían varias de las posibilidades que tenía tras volver a Andalucía después de varios años fuera, trabajando y estudiando, me parecía que Pozoblanco podía ser una buena opción, o, al menos, donde el riesgo como emprendedora me resultaba menor. A esto se unía que la mayoría de mis mejores recuerdos de pequeña, de cuando yo era chica, estaban vinculados a este pueblo como ya he contado antes, pero, sobre todo, a su Dehesa. Ni siquiera de niña he pasado más de cuatro años seguidos en un mismo lugar, de ahí cierto sentimiento nómada y cierto sentimiento de desarraigo, no tengo dudas de mis profundas y fuertes raíces andaluzas, pero no tengo un lugar de referencia fijo, sin embargo, cuando llevaba varios años fuera me empezó a suceder algo: cuando la nostalgia me atrapaba había una imagen recurrente que me aportaba la tranquilidad de saber que existía un lugar donde volver, no tanto una casa, como un hogar. Aquel fotograma era el de Villafatigas, donde mis abuelos tienen su campo, ahora también mis padres. Donde pasaba julio y agosto cazando renacuajos, entre jaras, romero, lavanda y encinas. Si hay algo poderoso es la nostalgia y cómo nos ofrece la posibilidad de sentirnos regresar –a veces incluso a lugares o tiempos en los que ni siquiera hemos vivido, pero eso da para otra conversación, otro día- a un lugar donde sentirnos cobijadas. Y allí fui. Y encontré que Pozoblanco me ofreció unas posibilidades laborales que ni hubiera imaginado en mis mejores proyecciones además de un nuevo conocimiento del lugar, sus gentes y de las formas de vivir en él desde mi -relativa- madurez, experiencia que, sin lugar a duda, ha contribuido como ninguna otra a mi configuración como mujer adulta.
Para hablar de lo que nos ocupa el día de hoy nos ocupa me gustaría comenzar diciendo que el objetivo de que hoy sea el Día Internacional de la Mujer Rural es crear conciencia y dar visibilidad a la labor económica, social y cultural que ejercen estas mujeres a escala mundial.
Cuando hablamos de Mujeres Rurales debemos de saber, que al igual que en los mundos urbanos, hay tantas realidades como mujeres, pues generalizar invisibiliza y nos impide la grandeza y la riqueza de aprender de las diversidades. Dicho esto, debemos también poner en contexto cada una de estas realidades.
Desde una perspectiva global encontramos que las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial, y el 43% de la mano de obra agrícola, sin embargo, solo entre el 10 y el 20 por ciento de todas las personas propietarias son mujeres., lo que lleva a un nivel de precariedad de alto riesgo, de hecho, la desigualdad de género es una causa y un efecto importante del hambre y la pobreza: se estima que el 60 por ciento de las personas con hambre crónica son mujeres y niñas (PMA Política y Estrategia de Género).
En el contexto de América Latina, 110 mujeres de entre 20 y 59 años viven en familias rurales pobres por cada 100 hombres en Colombia, y 114 mujeres por cada 100 hombres en Chile. En África subsahariana (Camerún, Malawi, Namibia, Rwanda y Zimbabwe) hay más de 120 mujeres de entre 20 y 59 años que viven en familias pobres por cada 100 hombres (Informe del progreso 2011 de ONU Mujeres).
Sin embargo, está más que demostrado que son buenísimas gestoras y muy productivas, pero no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos y cadenas de productos como sus compañeros varones, encontrándose con serias dificultades a la hora de acceder a los servicios públicos, educación y asistencia sanitaria. Se estima que, si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, aumentarían el rendimiento de sus explotaciones agrícolas entre un 20 y un 30 por ciento, sacando de 100 a 150 millones de personas del hambre (FAO (2011). Estado mundial de la agricultura y la alimentación: las mujeres en la agricultura, cerrar la brecha de género en aras del desarrollo, Roma).
A esto debemos sumar los graves problemas de salud a los que se enfrentan pues, por poner un ejemplo, solo un tercio de las mujeres rurales reciben cuidado prenatal. En cuanto a la seguridad es un tema que requiere de una extensa conversación, pero no puedo dejar de dar un par de datos. Hemos de tener en cuenta que la falta de infraestructuras básicas como pueda ser el acceso a agua o a combustibles para cocinar y calentar las casas. Para ello deben caminar diariamente varios kilómetros en cuyo camino las violaciones empiezan a estar tan normalizadas que se trata ya de un problema arraigado.
No quiero cerrar esta primera parte al vistazo general y global sobre el mundo de la mujer rural en países empobrecidos sin hacer una mención a la lucha diaria que todas estas mujeres hacen, algunas de ellas para sobrevivir simplemente porque les resulta imposible ambicionar más, así como aquellas que además de su lucha personal atesoran luchas comunitarias con perspectiva feminista y ecologista, sabiendo que es el único camino que puede acercarlas a una meta deseable y justa.
Ahora, si enfocamos más localmente, debemos hablar de las realidades que encontramos en nuestro país en cuanto a las mujeres rurales que la habitan y no puedo hablar desde otra experiencia que la mía propia como mujer rural en varias poblaciones de España, pero, más concretamente, en Andalucía.
Encuentro dos líneas que deben atajarse para abarcar, sino toda, gran parte de la problemática actual.
En primer lugar, debemos comenzar a integrar en nuestro imaginario, desde lo normal, una nueva figura de mujer rural. Mujeres que quizás hayan salido a estudiar fuera y luego hayan vuelto a su lugar natal para contribuir en un desarrollo económico, social y contemporáneo del mismo. También estamos las que decidimos de motu propio ir a vivir a alguna población rural, bien porque nuestras raíces familiares se encontraran allí, como fue mi caso, o bien porque simplemente buscábamos un tipo de vida diferente a la urbana, seguramente bastante cansadas de ésta.
El caso es que estas mujeres aportan –aportamos- visiones, perspectivas y vivencias muy diferentes construyendo así un nuevo mapa en lo rural. Y no puedo ni quiero olvidarme de las mujeres que nunca vivieron fuera del pueblo, pero tienen una visión de presente y futuro totalmente diferente al prototipo que nos viene a la mente cuando decimos “Mujer rural”. Gran cantidad de estas mujeres son emprendedoras en áreas profesionales tan diversas como ellas mismas.
En cuanto al segundo punto que quería mencionar es, que a pesar de que el mapa social de lo rural crea nuevas estructuras con nuevas personas que lo construyen, las trabas que encuentran sus habitantes siguen siendo grandiosas pues los recursos llegan siempre tardíos e insuficientes. Podemos hablar del transporte entre zonas rurales y transportes que comuniquen zonas rurales con zonas urbanas. Quizás parezca que hoy día todo el mundo dispone del suyo propio, pero no es cierto, sobre todo si echamos un vistazo a nuestra población más mayo que es la que habita mayoritariamente las zonas rurales. Las mujeres mayores ni tienen coche, ni carnet, ni aunque lo hubiesen tenido hace tiempo podrían hacer uso de él pues muchas de ellas se encuentran con problemas de salud que les impide conducir. Esto debemos verlo en el contexto propio de ellas, que necesitan atención médica muy habitualmente y que, en la mayoría de los casos, no tienen ni siquiera un centro de salud 5 días a la semana, en algunos casos, solo un día cada siete pasa personal sanitario. Pondré otro ejemplo, imaginemos que se trata ahora de una mujer víctima de violencia de género. Su marido le impide coger el coche, o incluso él lo usa todos los días y ella no tiene vehículo propio pues la economía la controla él (una situación así es de lo más común, que no normal, encontrarla). El punto más cercano de asistencia a mujeres víctimas de violencia de género quizás esté en el pueblo de al lado que es el más grande de la zona, quizás esté a unos 20 kilómetros, y no hay transporte público que lo comunique, ¿cómo podría salir de esta situación la mujer de la que hablamos? A esto se suma que, al igual que encontramos la parte positiva de la convivencia rural con el hecho de estar menos aislada socialmente pues aún las vecinas se hablan, esto tiene doble filo en situaciones como esta en la que la mujer siente la presión social más si cabe.
Desarrollar un plan de puntos de apoyo para mujeres rurales víctimas de violencia de género, transportes accesibles, formaciones a la población en general de concienciación y sensibilización para acabar con la normalización o la estigmatización de las mujeres víctimas de violencias machistas, fomento de las TIC que se hacen imprescindibles para la creación de redes que son la herramienta básica de sobrevivencia en el mundo, en general, pero de modo más acusado en las áreas rurales donde el asociacionismo es indispensable para el empoderamiento femenino, base en la construcción de una vida sana, justa y digna.
En esta línea sí que he de decir que si de algo sabe la Mujer Rural (y sabe de muchas cosas), es precisamente de eso, de crear lazos fuertes entre unas y otras para mejorar el desarrollo personal y profesional tanto individual como profesionalmente, yo lo viví en el reencuentro con mis primas, con amigas de infancia, con vecinas de hacía años. También con el conocimiento de nuevas mujeres de las que he aprendido y sigo aprendiendo cada día, con mujeres nuevas que volvían o que siempre estuvieron y que son familia, comadres.
Ángela Márquez es socia de Grupo SPIGA, Soc. Coop. And.