Juanlu Dorado
Crecí rodeado de todo lo que supone la Virgen de Luna para Pozoblanco. Y también para Villanueva de Córdoba. Los días previos a todas las romerías eran en casa un no parar de viajes hasta el Santuario de la Jara, de nervios, de preparativos y de emoción. Quizás nunca fui consciente de la inmensidad de todo por vivirlo desde tan dentro.
Mi madre fue durante muchos años camarera de la Virgen de Luna, la mayoría de ellos abarcaron mi infancia y el inicio de mi adolescencia. Puedo contar por decenas los sábados vividos en la soledad del Santuario acompañando a mis padres, a Adora y a la Mari, la del Liborio, mientras arreglaban la imagen de la patrona de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba. Y también fueron muchas las noches a contrarreloj vividas en Santa Catalina, bajo el imponente silencio que otorga el vacío en un lugar inmenso.
Todo esto lo cuento con ojos de observador, de un pequeño que probablemente se aburría más que otra cosa con el paso de las horas y las horas mientras veía a su madre poner todo su afán en “dejar guapa” a la Virgen. Y creo que sí, que lo conseguía. O al menos eso me siguen recordando tantos años después muchísimas personas en Pozoblanco.
Pasaron los años y entonces fui comprendiendo la magnitud de la Virgen de Luna, de la Romería y de la tradición que la rodea. Siempre he defendido que hay tradiciones que sobrepasan lo religioso para convertirse en parte de la cultura y la idiosincrasia de un pueblo. Pasa con la Virgen de Luna en Pozoblanco y Villanueva —y con miles de asuntos similares a lo largo y ancho de toda la geografía española—.
Todo lo sucedido en las últimas semanas durante la epidemia de Covid-19 en nuestro país no han hecho otra cosa que darme la razón ante esa idea. Las tradiciones de nuestros pueblos, lo que somos, ese de dónde venimos, están tan arraigadas que nada puede con ellas. Ni podrá. Forman parte de lo que somos, de lo que sentimos y de lo que vivimos. Y siempre seguirán ahí.

Llegamos al 31 de mayo de 2020. Domingo de Pentecostés. Pozoblanco, como manda una tradición secular, tiene que llevar a la Virgen de Luna hasta el Santuario. Y la situación que se vive en España y en todo el mundo con el Covid-19 no lo va a impedir. Tras semanas de dudas y deliberaciones, los Hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de Luna de Pozoblanco decidieron cómo iban a hacerlo para no permitir aglomeraciones y respetar las medidas de seguridad.
Era distinto. Era histórico.
Vamos a hacer un pequeño relato siguiendo cómo lo han contado los medios provinciales en sus ediciones digitales:
“La imagen inició su andadura en medio del silencio de la madrugada, roto solo por los cascabeles de las mulas y el ruido de las ruedas de la carreta”.
Mari Luna Castro. Diario Córdoba.
Horas después:
“Pozoblanco amaneció huérfano tras una noche de desvelo para la Cofradía, que debía cumplir dos misiones: devolver a la patrona a su santuario el Domingo de Pentecostés, como manda la tradición, y evitar aglomeraciones en la partida de la imagen”.
Rosa García Aperador. El Día de Córdoba.
“Este año, la Romería quedó en la memoria colectiva de los pozoalbenses porque el traslado estuvo envuelto en un secretismo absoluto para impedir que los devotos se agolparan a las puertas de la parroquia de Santa Catalina”.
Julia López. ABC Córdoba.
“Misión cumplida”, exclamó Juan García, capitán de la Cofradía pozoalbense al llegar al Santuario de la Jara. Horas después, el propio Juan, en una Conexión Rural muy especial, pronunció una frase que me llamó poderosamente la atención: “Me sorprendió el silencio”. Esa explanada que ha visto a miles de personas año tras año y que ayer esperaba a muchísimas más, se encontraba casi vacía mientras cumplía con un ritual de hace siglos pero que, en esta ocasión, no encontraba eco en el bullicio.

Al filo de las 17 horas del Domingo de Pentecostés, como cada año, tomó el relevo la Cofradía-Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba. Era su momento, como marca la tradición, para comenzar sus preparativos para el día grande. Una vez más, la dehesa de Los Pedroches era testigo del relevo entre ambos pueblos y la imagen se preparaba para pasar los siguientes meses en la Parroquia de San Miguel.
Y esta mañana, según podemos leer en la crónica de hoyaldia.com, la patrona de los jarotes y jarotas iniciaba un camino “que comenzó a las 05:30 de la madrugada, momento en el que la cofradía de la Virgen de Luna de Villanueva emprendía un regreso tan esperado como anodino”.
Leyendo uno cada crónica no puede evitar dejar de pensar en un hecho histórico y esperamos que, por supuesto, sea irrepetible. Será esa, sin duda alguna, la mejor noticia para todos. Y es que, como podemos apreciar en lo que cuenta nuestra compañera Julia López, la Cofradía de Villanueva de Córdoba ha querido dotar de simbolismo todo lo vivido con unos varales que son “son los primeros que lució la Hermandad de la Esperanza del Martes Santo jarote y el palio escogido aglutina más de cien años de historia siendo utilizado en los años anteriores a la Guerra Civil”.
Estaba claro que no era una ocasión más. Nunca lo será.

Contar todo esto supone para mí, como escritor y observador en la distancia de estos momentos vividos en mi tierra, un claro ejercicio de nostalgia. No sé si tanto del pasado como del presente, por esos kilómetros que me han separado de poder vivir un acontecimiento histórico que puedo revivir gracias a los objetivos de los fotógrafos y a las letras de mis compañeras.
Quizás mi cerebro, haciendo alguna trampa, me imagina recorriendo esos caminos y disfrutando del caminar entre encinas en la dehesa más espectacular del mundo. Árboles que han visto tantas cosas y que este año han sido testigos silenciosos de acontecimientos cotidianos extraordinarios, comprobando cómo, pese a todas las dificultades, y como dice la canción, dos pueblos siguen hermanados “en un solo corazón”.
Y no solo Los Pedroches, con ese “tesoro” que tiene un gran y “risueño valle”, ha seguido protegiendo y manteniendo vivas sus tradiciones durante esta epidemia. Pueblos de toda España han tirado de imaginación e ingenio a lo largo de todas las semanas del Estado de Alarma para llevar sus romerías y fiestas patronales a sus ciudadanos. Muchas lo han hecho de manera digital, adaptándose a los tiempos, y otras, especialmente las más recientes, han podido ser fieles, de alguna manera, a lo que marcan sus tradiciones.
Lo que cuento en estas líneas pretende servir, por un lado, de homenaje a nuestros pueblos y a sus gentes. Y también para reivindicar todas esas tradiciones que perviven al paso del tiempo y también sobreviven a cualquier coyuntura. Forman parte de nosotros, de lo que somos, de nuestro pasado, de nuestro presente y, por supuesto, de nuestro futuro.

Fotografías: AntonioJ13 Fotografía